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Me he acordado de tus lágrimas y deseo verte para ser lleno de gozo. Traigo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y estoy convencido de que también en ti.

Por esta razón, te vuelvo a recordar que avives el don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos.

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